Escrito por Julio Rodríguez, periodista.

Llegó al departamento de San Miguel, El Salvador, conocido como la perla de oriente, buscando una oportunidad, con un sueño: Obtener el título universitario de licenciado en Trabajo Social, una meta relativamente fácil para muchos que disponen de recursos, pero no para Willians Cristian Gómez Cañas, un joven de 27 años oriundo de Jiquilisco, Usulután.

Allí creció al amparo de la “niña Genarita”, su abuela, una incansable mujer trabajadora, cuyas empanadas son muy apetecidas en Jiquilisco y, además, la fuente de ingresos que le permitió convertir en bachiller a su nieto, a quien crió desde que era un bebé, pues sus padres literalmente se fueron, dejándole a ella sola la responsabilidad.

La «niña Genarita» asì es conocida la abuelita de Willians Gómez en la zona de Jiquilisco con sus empanadas de frijol o leche.

La “niña Genarita” ayudó a Willians a ser siempre fuerte y trabajar duro para alcanzar sus sueños, tomado del delantal de abuela el niño escuchaba los consejos y relatos de su abuelita, mietras anunciaban las empanadas o llegaban hasta Puerto El Triunfo para contemplar como terminaba el día con preciosos atardeceres, que hacían soñar a la anciana de quen día su nieto sería alguien en la vida.

Aunque creció sin el abrazo materno o el consejo de un padre, tuvo a una mujer valiente y amorosa que, vendiendo empanadas, le dio el pan de cada día y el ejemplo más puro de sacrificio.

A pesar de una niñez solo con su abuela Genera, Willians creció con lo poco, siempre hubo tiempo de alegría.

Cuando el joven llegó a San Miguel, fue cuando los consejos de “no achicarse frente a nada en la vida”, una recurrente recomendación de su abuela se hizo realidad. Ella había intervenido para que el padre del muchacho se hiciera cargo de “por lo menos la cuota de la Universidad”, el papá aceptó que “solo eso”.

Desde joven, Willians se enfrentó a un mundo que parecía no tenerle reservado un buen lugar. El camino no fue fácil. En muchas noches, el silencio pesaba más que el cansancio. El desprecio y la indiferencia de sus padres lo hicieron tambalear emocionalmente. Hubo días oscuros, momentos en los que pensó que su historia podría terminar antes de tiempo. Pero no se rindió. Su fe en Dios lo sostuvo en los peores momentos. Él sabía que, si seguía adelante, un nuevo sol podría salir para él.

Durante seis años que duró la carrera de licenciatura en Trabajo Social, trabajó para sostenerse en la ciudad, alimentación, transporte, gastos de recursos necesarios en la formación académica y hasta para compartirle algo a su abuelita que lo esparaba de vez en cuando en sus visitas a Jiquilisco.

Trabajó en todo lo que pudo: fue albañil, cuidó cerdos en una porqueriza, hizo obra de banco, reparaba computadoras de sus compañeros de universidad, fue mesero, solo “mi cuerpo no vendí y nunca lo haría”, dice Willians sonriendo con mucho sentido del humor a pesar de lo srio de su rostro, además, tejió hamacas con manos cansadas, pero llenas de esperanza.

Cada centavo que ganaba era invertido en su sueño: terminar su carrera universitaria. Y lo logró. Contra todo pronóstico, se graduó como licenciado en Trabajo Social.

Una oportunidad es todo lo que necesita.

Después de ganar un poco de experiencia en la Alcaldía Municpal de Moncagua, en proyecto de corta duración, busca un trabajo que le permita mostrar lo que sabe y aprenció en la carrera que se graduó. Mientras tanto, es camarero en un hotel de San Miguel, pero piensa renunciar por los horarios que no le permiten buscar una alterniva mejor.

A tratado de entrar en organizaciones no gubernamentales, oficinas públicas, el sector privado e incluso espera pronto abrir una especie de oficina virtual para aconsejar u orientar a familias o proyectos comunitarios, su deseo es ocuparse en lo que se preparó.

“Pido solo una oportunidad, hoy cuando todo parece indicar que a nivel gubernamental se trata de apoyar más a los jóvenes y abrirles paso, estoy listo para servirle al país, porque vengo de donde asusta la pobreza”, enfatiza el joven.

Willians Gómez solo quiere una oportunidad para mostrar sus talentos como Trabajador Social.

Willians pasa circunstancias dificiles, pero su sangre de guerrero lenca (en el oriente de El Salvador prevalecieron las comunidades Lencas), no le permite rendirse, por eso busca otras opciones mientras se presenta la oportunidad.

Escribir canciones y cantarle a la vida.

Además del trabajo social, Willians ha encontrado en la música un refugio. Escribe canciones que nacen de sus vivencias, y gracias a la tecnología ha comenzado a grabarlas. Tiene talento, tiene alma y tiene historias que contar. Quiere también explorar ese camino, porque sabe que hay muchas formas de sanar y servir a los demás.

Este es un párrafo de una sus letras inspiradas en su vida diaria.

“Me despierto y el sol ya no me alumbra

Las sombras en mimmente ya son mi compañía

El día es un peso que no puedo cargar

Y las ganas de luchar ya se han dejado de pelear

Mi reflejo me grita que algo se ha roto

Pero no se que fue y cuando me perdí

Cada paso es lento

Cada respiración

Siento que mi alma se pierde en la desolación…”

Los atardeceres de esperanza.

Cada fin de semana, sin falta, vuelve a Jiquilisco. Va a ver a su abuelita, la mujer que lo salvó con empanadas y amor. Se sienta con ella frente al horizonte de Puerto El Triunfo, viendo morir el sol, pero no sus sueños.

Mientras el cielo se tiñe de naranja y púrpura, Willians sabe que su historia no termina ahí. Sabe que Dios lo ha acompañado hasta aquí, y que su fe es la semilla de una nueva oportunidad.

Porque donde muere el sol, también nacen los sueños. Y Willians no dejará de luchar hasta verlos brillar.