Escrito por julio Rodríguez, periodista.
La muerte tocará la puerta cuando menos lo pensemos o la esperemos. Forma parte del equipaje de la vida, un principio y un final, un venir de donde un día salimos y al que regresaremos temprano o tarde. En otras palabras nuestro boleto es de ida y regreso.
No es fácil de asimilarlo y, estamos de acuerdo, pero debemos aprender que cada vez que alguien se va, su recuerdo dependerá de lo que fuimos, dijimos e hicimos. De nada vale el llanto si es por lo que pudo ser y nos lamentamos de que no fue, o lo que dejamos de hacer, pudiendo haberlo hecho en vida. Ya será tarde para este tipo de recriminaciones.
La vida es un recorrido entre nacer y morir.
Por eso cuenta el día a día, la caricia o el enojo de la mañana; el odio permanente o el perdón a tiempo; la sonrisa cómplice o el silencio acusador; el resentimiento o el abrazo fraterno; la ayuda oportuna o el desdén ante la necesidad; todo momento tiene dos rostros ¿Cuál queremos recordar?
Abrazar, amar, hacer el amor, perdonar, llamar, sonreir, hasta el enojarse y discutir, son verbos que deben conjugarse a diario en tiempo presente, para que mañana el llanto o la ausencia de alguien sea de alegría por lo que fue y no de dolor por lo que pudo ser.
Cada día tiene su propio afán, nos enseña el Maestro de Galilea, por lo cual deberíamos aprovechar para estar en paz con Dios y con todos. Bien es dicho popularmente que no hay que dejar para mañana, lo que se puede hacer hoy.
Y más claro aún, en vida hermano, en vida.
Muy realista y atinado el artículo casi nunca nos tomamos tiempo de pensar en esas cosas, en vida es cuándo y como dijo Jesús hay más felicidad «en dar» qué en recibir.