En el corazón de Cojutepeque, allá por los años noventa, Maritza Hernández era solo una niña que crecía entre el aroma del queso derretido, el chisporroteo de la plancha y las manos mágicas de su madre que moldeaban pupusas como quien amasa el futuro incierto para sus hijas.

Maritza, nacida en Cojutepeque, departamento de Cuscatlán y forjada en la calidez de una cocina salvadoreña, aprendió desde pequeña que el trabajo digno puede ser herencia y que una plancha caliente hasta puede iluminar el camino que aún es incierto para una joven, que ve a su madre sacrificar tiempo y caricias, en un país violento y sin oportunidades.

Maritza Hernández, no tuvo miedo para salir adelante con el negocio de pupusas después de casi 25 años de trabajo en Estados Unidos

Cuando su madre emigró, lo hizo con la promesa silenciosa de volver a unir a la familia. Años después, Maritza y sus hermanas pisaron tierra estadounidense con el mismo espíritu que su madre había traído: trabajar, resistir y soñar. Trabajaron duro en restaurantes, ocho, diez años, acumulando experiencia sin dejar atrás el sabor de su infancia.

Hasta que un día, decidieron apostarlo todo.

En la zona Maryland funcionan unas cinco pupuserías y que han ampliado a comida típica salvadoreña.

La primera pupuseria abrió en College Park, Maryland. Pequeñita, sí, pero rebosante de sazón y cariño. La llamaron “La Familiar”, un nombre que evocaba una antigua fonda de su niñez, un guiño al pasado y una promesa al presente: comida con alma, atención con respeto, un espacio donde todos —niños, adultos, paisanos y extraños— pudieran sentirse en casa.

La calidez del servicio es una característica de los Restaurantes La Familiar

El local tuvo que cerrar por remodelación del edificio, pero el sueño no se detuvo. Siguieron creciendo. Sucursal en Wheaton, luego otra más, hasta sumar cinco. Detrás de cada pupusa hay más que frijoles y queso: hay una historia de esfuerzo compartido entre cuatro hermanas, un esposo en la cocina, un hijo atento a los detalles y más de 80 empleados —la mayoría salvadoreños— que han encontrado no solo trabajo, sino familia.

Más del 80 por ciento de los empleados son salvadoreños y el resto centroamericanos.

“La Familiar” no vende alcohol. No lo necesita. Su esencia está en la calidez del trato, en la autenticidad del sabor, en el orgullo de ser salvadoreños aún estando lejos. Y mientras el país natal cambia, mejora y florece, sueña con volver algún día a Cojutepeque, quizás abrir una sucursal allá, devolverle al país un pedacito de lo que les dio. Porque la migración salvadoreña no es solo huida, también es esperanza sembrada lejos que un día, como el maíz, florece y vuelve.

El éxito de La Familiar sus pupusas, oriundas de Cojutepeque, Cuscatlan.

Y como ella dice “Dios nunca las dejó como extranjeros perdidas en tierra ajena, sino como hijas que creen en que un milagro es fe y actitud” en tierras propias o lejanas

(Con información obtenida del Canal Milena Mayorga, sobre los salvadoreños exitosos en tierras estadounidenses).