Por Julio Rodríguez, periodista.
Una tarde, el cielo en la vida Julián y Doris se oscureció. Las nubes no prometían lluvia, sino temporales destructivos. La tormenta no fue solo física, sino interna, espiritual. El alma se entristeció.
Ambos quedaron atrapados en sus propios miedos.
—¿Dónde nos refugiamos? —preguntó Julián a Doris.
Ella, serena y alumbrando la habitación con una pequeña vela, cuya llama agonizaba, respondió:
—En el Eterno. En Aquel que no se tambalea.
Esceptico, casi en tono de burla Julián, respondió preguntando:
—¿Agradecer en medio del dolor? ¿Estás loca?
Convencida hasta el alma, Doris reflexionó con voz suave:
—La gratitud no es por el dolor… es por lo que produce en nosotros: fe, fortaleza, dependencia total en el Señor. Agradezco porque entiendo que esta tormenta no es el fin, sino el comienzo de algo mejor, si sabemos administrarla y gestionarla.
Pasaron días. La tormenta lo destruyó todo, menos la fe de ambos, pues estabanconscientes que no llegó la calma, sino la reconstrucción de nuevos caminos y del alma.
lmas.
Un día, alguien les preguntó:
—¿A dónde fueron cuando todo se destruyó?
Y respondieron al unísono:
—A Él, el único que tiene palabras de vida.
¿A dónde corremos en medio de las tormentas de la vida? ¿Dónde nos refugiamos? ¿En quién confiamos? De esas respuestas depende lo que venga después. En cualquier ámbito que estemos pasando un temporal, no dejemos de buscar su voz, confiar en su palabra, porque nuestro Dios misericordioso tiene el control.
Aunque hayan bajas, pérdidas totales y el tiempo de ver los frutos sea a largo plazo.