Escrito por Mirella Cáceres, periodista.
Hace 35 años dejó San Juan Tepezontes para escapar de la guerra civil en El Salvador y buscar una vida segura en los Estados Unidos. Como tantos salvadoreños, Manuel Alfaro enfrentó todo tipo de desafíos en busca de su nuevo destino. Abandonó el país un 15 de enero de 1990 y un mes después cruzaba la frontera de San Isidro, en el estado de California.
Atrás dejó su trabajo de agricultor junto a sus padres y su carrera de Periodismo a medio terminar en la Universidad de El Salvador. Precisamente el involucramiento que la universidad tenía dentro del conflicto y el hecho de haber perdido a un hermano por su activismo, Manuel y su otro hermano corrían un riesgo grande. Sus padres decidieron alejarlos del peligro.
Emprender el viaje como indocumentado, guiado por los llamados coyotes y sorteando distintas circunstancias en el camino supuso otro riesgo. Manuel recuerda con bastante detalle su travesía: “Éramos un grupo de 50 personas, salimos el 15 de enero de 1990 y al cabo de una semana habíamos llegado a la frontera de Tecún Umán que separa a Guatemala de México, allí nos detuvimos una semana porque los coyotes iban haciendo sus contactos antes de seguir avanzando”, así lo recuerda Manuel en una entrevista vía telefónica dada a este periódico.
De Guatemala avanzaron a Tapachula y de allí abordaron “La Bestia”, el tren tan famoso entre los indocumentados, rumbo a la capital mexicana. En el Distrito Federal tuvieron que esperar una semana para enrumbarse a Chihuahua y luego a Tijuana, la famosa ciudad fronteriza. Allí estaban cerca de su destino. “Cuando los coyotes recibieron la señal de avanzar cruzamos la frontera San Isidro, como se conoce de este lado y entramos a Estados Unidos, por San Diego. Nos transportaron en una Van (vehículo) sin asientos, no tuvimos ningún problema”, detalla Manuel.
En aquellos tiempos, asegura, no era tan peligrosa la ruta del migrante, una realidad distinta a la que viven los que actualmente emprenden ese viaje incierto y quedan a merced de pandillas y cárteles de la droga en México. A decir de Manuel, su travesía fue tardada pero sin mayores sobresaltos, incluso recuerda con especial gratitud a mucha “gente buena” en México que alimentaba a los migrantes.
Y así llegó a Maryland, donde se reunió con sus hermanos. La nieve le dio la bienvenida y le hizo ver en parte lo que sería su vida a partir de allí. “Para mí fue un choque, llegué en pleno invierno y el clima ya te marca el cambio de que estás en un país extraño, luego la barrera del idioma, las enormes distancias que uno tiene que recorrer. Luego fui conociendo el idioma y superando las desventajas empecé a establecerme, a adaptarme”, recuerda Manuel en tono resuelto.


Construir la nueva vida
Tenía 24 años cuando inició esa nueva vida incorporándose a la fuerza laboral de la gran nación norteamericana. Empezó cortando grama pero más tarde halló una plaza en la organización CARECEN, en la que se dedicaba a orientar a otros migrantes en cuanto a sus derechos, especialmente asistía en el trámite para legalizar el estatus migratorio de miles de compatriotas mediante el TPS (siglas en inglés del Permiso Temporal de Trabajo) del que ahora se benefician unos 230,000 salvadoreños.
Su empleo en esta organización, dice Manuel, le llevó incluso a seguir de cerca en Nueva York, el proceso de negociaciones entre el gobierno salvadoreño y la guerrilla del FMLN, un proceso que culminó el 31 de diciembre con el acuerdo de poner fin a una guerra de 12 años que dejó más de 70,000 muertos y, entre sus sobrevivientes a Manuel Alfaro.
Durante cinco años Manuel trabajó para CARECEN pero luego prefirió cambiar de aire y encontró, según sus palabras, el trabajo que más le gusta: el campo de las ventas, pues se trata de interactuar con la gente y eso se asemeja a las relaciones públicas, un área profesional en la que le hubiese gustado desempeñarse de haber podido terminar la carrera de Periodismo.
“Me convertí en un agente de ventas y llevo 30 años trabajando para la compañía CARICO con presencia en todo Estados Unidos y que se dedica a la distribución de purificadores de aire, camas, cuchillería, máquinas de desinfección, baterías de cocina que no contaminan los alimentos entre otros productos útiles para el hogar. La mayoría de mis clientes son hispanos pero también los hay de otros países”, detalla Manuel.
Solo la crisis económica que golpeó a Estados Unidos entre 2007 y 2009 lo alejó un tiempo del ámbito de las ventas. El destino le tenía preparado otra aventura: esta vez lo llevó al campo de la educación. Los años de estudio de nivel superior le ayudaron a entrar en el mundo del cuidado y enseñanza de los infantes.
“Por la crisis económica entré a trabajar en un Daycare o guardería, allí asistía a los niños, era como un pre kínder y mi función era la de un profesor, les asistíamos en tareas lúdicas, su alimentación e incluso su higiene. Los niños son preparados también en la parte académica para facilitarles su incorporación a la parvularia, a la escuela formal.”, explica Manuel.
Los daycare en Estados Unidos son lugares en los que los niños pueden jugar, aprender y sentirse seguros. En ellos realizan diferentes actividades como juegos, manualidades, lectura y actividades físicas.
Durante diez años se dedicó a la atención de los niños en ese centro, afirma, pero luego de superada la crisis económica regresó al campo de las ventas, un empleo que mantiene hasta hoy y que le mantiene ocupado todo el día.


La preocupación por ser deportados
Desde las 8:00 a.m. hasta las 9:00 p.m. Manuel recorre calles y suburbios de Maryland, donde reside, para atender a sus clientes. En su extensa rutina de trabajo, que incluye trabajo administrativo, recorre los hogares de sus clientes para mantener el contacto, estar pendientes de sus necesidades o crear nuevos clientes. Ese trabajo le lleva a otras ciudades como Washington y Virginia.
“En mi casa tengo una oficina desde donde tramito pedidos, atiendo las necesidades de los clientes, hago contacto con otros. Mi horario tan extenso obedece a que tengo que adaptarme al horario de mis clientes, por ejemplo, a los que trabajan tengo que buscarlos en las noches. Pero este trabajo también me permite tomar mis descansos y pequeñas vacaciones cuando las necesito”, dice Manuel.
En ese ir y venir, en ese contacto frecuente con sus clientes, Manuel interactúa con decenas de salvadoreños no solo por cuestiones de trabajo sino que también le permite conocer tantas historias de cómo arribaron a ese país huyendo de la guerra o de la violencia de pandillas que azotó tanto a El Salvador, otros tal vez empujados por la pobreza y con anhelos de salir de ella buscando en otros países oportunidades que El Salvador no les ofrecía.
Si bien tienen décadas de vivir en la Unión Americana, muchos compatriotas tienen temor de ser aprehendidos por problemas de documentación y ser deportados a El Salvador, sobre todo en este momento en que el gobierno de Donald Trump ejecuta su plan de “deportaciones masivas”. Pero esto, dice Manuel, se aplica a la gente que es requerida por estar acusados de delitos, no para la gente trabajadora y decente.
“Aunque yo tengo ya establecida legalmente mi residencia aquí no deja de afectarme emocionalmente ver que los compatriotas ni siquiera quieran salir de sus casas o acudir a sus trabajos por miedo a las redadas de las que se habla pero que en realidad no existen, solo en los medios o redes sociales que desinforman. Tampoco allanan las viviendas como se dice, nada más lo hacen con autorización de un juez y si la persona es reclamada por un tribunal” asegura.
Y añade: “Yo les digo que no tengan miedo, que se informen por las fuentes correctas, que conozcan sus derechos migratorios porque los tienen, que sigan su vida normal y que sigan adaptándose a la vida que tienen aquí, porque ellos, como yo, hubiésemos querido vivir en nuestro país pero salimos de El Salvador sin querer, ya fuimos deportados una vez de donde nacimos, ahora ya tenemos nuestra vida aquí, no está en El Salvador».