“Mi nombre es Ángel Herrera. Hace ya varios años me paré justo sobre el puente que divide dos ciudades, San Salvador y Soyapango, estaba decidido a saltar. Mi mirada se perdía en el horizonte del río Acelhuate contaminado y hediondo. Ese riachuelo ya no tenía vida y yo quería morir allí.
Cuando mis ojos miraban hacia abajo no sabía si moriría del golpe o ahogado en la poca agua envenenada que esa corriente llevaba hacia el mar. Yo quería terminar con mi solitaria e inútil existencia. Tan solo tenía diecisiete años de edad y estaba sólo en la ciudad capital… y en la vida.
De niño hasta unos meses después de cumplir los 17 años, había sido feliz. Cantaba, actuaba, jugueteaba, bromeaba con todo el mundo y era muy emprendedor. Mi madre era maestra de escuela y mi padre era un funcionario municipal, los dos encargaron que la pasara bien, junto a mis hermanos, los amaba y respetaba con toda mi alma.
Mi padre falleció y mi madre estuvo sola por un tiempo, años después decidió comprometerse de nuevo, pero mis hermanos y yo no volvimos a vivir de la misma forma, fuimos sometidos a un permanente maltrato por el padrastro.
Un día cuando intenté defender a mi madre del señor que vivía con ella, él me disparó dos veces, pues había sido militar. Milagrosamente no acertó, sino me hubiera matado. Ese recogí algo de ropa, salí a escondidas y me vine a la capital.
No conocía a nadie, vivía donde me sorprendía la noche y un día la depresión fue tan grande que decidí quitarme la vida, a punto estaba de hacerlo cuando milagrosamente, una muchacha apareció de la nada y me dijo que no lo hiciera.
El milagro apenas comenzaba. Dios se toma de cosas extrañas para armar su plan. Esa muchacha me ofreció trabajo de vigilante en un prostíbulo, allí conocí a un asiático que me llevó a una maquila, donde conectaría con otra persona que conoció a a mi padre biológico y me propuso en una empresa grande donde fabricaban bebidas gaseosas. Allí terminé de bodeguero.
En la bodega de esa empresa había unos instrumentos de música que no se usaban, entonces pedí permiso e integré una orquesta, ya que había sido mi sueño desde niño, porque me gustaba cantar.
Luego vinieron días de vino y rosas. Ya era padre soltero de 3 niñas. Un día conocí a la mujer que actualmente es mi esposa, con quien procreamos dos hijos más.
La orquesta integré me abrió camino como cantante de varios grupos musicales locales, actuaba en restaurantes y eventos de pueblo, pero tambien tomaba y me drogaba de cuando en vez, lo cual me provocó serios problemas económicos y familiares. Al punto de casi abandonar mi familia.
Aunque trataba de responder a la casa, hubo tiempos la alacena escaseaba y mis hijos aguantaban hambre. Llegué a vender ropa, hacer trámites aduanales y hasta vendí un par de propiedades que había logrado para mantener el estudio de mis hijos.
Fueron tiempos difíciles en los que Dios me recordaba que no fue casualidad que no saltara del puente cuando tenía 17 años de edad. Estaba seguro que había un plan para mi, diseñado en el cielo. Solo era cuestión de aguantar y tomar buenas decisiones y eso me animaba a levatarme de nuevo.
Ahora tengo 68 años, todos los días vendo pan en una transitada calle de obreros de fábricas, bromneo y aconsejo a los jóvenes que se detienen a platicar conmigo. De vez en cuando les canto. Después de vender para aportar algo al hogar y voy a traer a mi amada esposa a la escuela donde imparte clases.
Hoy es la tarde de un sábado, cuando escribo estas lineas y me doy cuenta todo lo que se hubera perdido si salto aquel día del puente y me quito la vida. Esta tarde les cantaré a mis hijos y nietos con mi mi karaoke personal y, además, me van a entrevistar de un programa de televisión, lo cual aprovecharé para glorificar el nombre de Dios y declarar que he vivo mejor pues el Maestro de Galilea me enseña a diario como no saltar de un puente”.
Ángel Herrera
Cantante y comerciante.
Conclusión aleccionadora
Casi cincuenta y un años después, debajo del puente el río sigue muerto en vida pues continúa corriendo al mar con agua envenenada y si este hombre hubiera saltado, se hubiera perdido lo que el Señor tenía preparado para su vida. Pues Dios escribió recto en sus lineas torcidas. Pese a que alguna vez hayamos querido estar parados a la mitad de un puente porque las cosas iban mal, si dejamos actuar al Maestro de Galilea podremos aprender a caminar por el puente de la vida, que es mejor que saltarlo.
Es una increíble historia de vida.
Cautivadora desde inicio hasta el fin..
Dios tiene un propósito y un plan para cada persona y las cosas que él permite que le quitaron a uno también tienen un propósito, Me encantó muy fortalecedora la historia.
Dios nos abre el paso en nuestra vida, solo es cuestión de creer en Él.