Si a diario zarpamos hacia aguas impredecibles, no nos debe importa si los cielos son de un azul sereno o si las nubes amenazan con desatar terribles tempestades, de lo que debemos estar seguros es que el capitán de nuestra nave no sea otro, más que el Maestro de Galilea, el hijo del Dios altísimo.

Debemos ver con determinación el horizonte como sea que se avecine, estar conscientes que el trayecto no será fácil, pero no imposible; saber que los sueños, proyectos y metas que guardamos en nuestro corazón, pueden tardar en llegar, no obstante, desisitir frente a la escases de recursos, falta de vientos que nos impulsen o palabras de desanimo, no debe ser una opción, sino el acicate que necesitamos para seguir en la batalla.

“Zarpemos sin miedo”, debe ser el grito de guerra que nos digamos a diario, pues somos cuatro en la barca de la vida, el Padre, el Hijo, Espíritu Santo y nosotros, mientras el barco comienza a moverse lentamente, deslizándose por las aguas de un nuevo día.

Aunque las olas parecen tan altas como montañas, estamos convencidos que el esfuerzo constante y la fe son el combustible que quema la palabras rendirse, miedo y desilusión, por el contrario encienden nuestro espíritu guerrero. Declaramos que cada ola, cada tormenta, cada rayo de sol por fuerte que sea, tienen un propósito.

Dispongamonos a enfrentar la vida diaria con la certeza de que la fidelidad del Señor, guiaría el timón de nuestro barco, que se niega a hundirse y por tanto ¡Ya sentimos la fuerza del viento que empieza a moverlo!

“¡Zarpemos!” en el nombre de Jesús. Porque dice el Dios todopoderoso “Yo te ordeno que seas fuerte y valiente, que no te desanimes ni tengas miedo, porque yo soy tu Dios, y te ayudaré por dondequiera que vayas” (Josué 1:9).

Julio Rodríguez, Periodista.