» Desde niño supe que el espectáculo era lo mío, era natural, innato, nada me daba pena. En la escuela no podía faltar a una velada artística, bueno un día casi me voy con un circo, pues mi mayor deseo era hacer mímicas de artistas famosos y yo miraba como lo hacían los artistas circenses, los admiraba.  Así comenzó mi vida de artista.

Mi nombre es William Panameño, y esta es parte de mi historia y testimonio de cómo empezó todo. Cuando tenía 9 años de edad, mis padres nos llevaron a vivir a un cantón conocido como San Bartolo, en Ilopango, y como les dije yo siempre quería cantar o actuar en algo. Entonces me metí al coro de la parroquia «Nuestra Señora de la Paz». es decir que comencé bien, porque mi voz era para adorar a Dios en la misa y todo acto parroquiano.

A los 16 años estudiaba para ser contador en la Escuela Nacional de Comercio (ENCO, ahora INCO). Corría el año de 1989. Las dotes de artista entraron de nuevo en escena. Ese año representé a El Salvador en un concurso centroamericano de canto. Gané el primer lugar, pero perdí el rumbo de mi vida académica. Decidí que el canto era lo mío y dejé los estudios.

Con esa victoria artística fui metiéndome cada vez más en el mundo del espectáculo, pasé de aficionado a profesional, tanto así que, cuando menos sentí, ya era el líder vocalista de la aquella popular agrupación musical conocida como la Raza Band, muy conocida en la década de los años ochenta por canciones como «Oh Carol» y «Corazòn barato», entre muchas. Y allí comencè una gran vida repleta de lujos, dinero, poder y abusos en muchos sentidos, podría decir que comencé a ganar fama y perder mi vida.

Canté en las orquestas y grupos más famosos de El Salvador: La San Vicente, Los Faraones, hasta conformé mi propia agrupación, La Fuerza Band. Estaba tocando el cielo, la cima, el éxito total, pero aún no sabía el precio que pagaría por eso.

William Panameño tenía nombre propio, ese era yo, nadie podía compararse conmigo, yo era un hombre lleno de grandeza que miraba de menos a los demás. Yo, joven proveniente de una humilde familia —mi madre era una vendedora ambulante y mi padre, un salvadoreño hacelotodo— tocaba la cumbre, me había olvidado de mis seres amados y vivía en el límite o fuera de los límites de la razón.

Un día de abril de 1999, el gran artista William Panameño, amanecí durmiendo a la orilla de la acera de un pueblo donde acababa de firmar un contrato, ese día toqué fondo. Sin dinero, con la gente viéndome en condiciones deprimentes y totalmente alcoholizado logré levantarme y tomar un taxi. Me sentí destruido y pensé que después de todo lo que había hecho, finalmente estaba acabado.

Sólo un milagro podía devolverme la alegría de la música y el canto. Recuerdo que fue tan grande y doloroso lo que vivía que ese mismo día el arrogante artista, el gran William Panameño, el inigualable artista, se rendía a los pies de Jesucristo, la única salida que me quedaba.

Ya pasaron muchos años de esa amarga mañana, no ha sido fácil, pero tampoco imposible seguir los pasos del Maestro de Galilea, hijo del Padre amoroso, a quien ofrezco mi voz y le dedico todos mis talentos. He logrado hacerlo sin drogarme, ni beber licor. Ahora me levanto cada mañana buscando ganarme la vida con lo único que puedo hacer: cantar. Pero ya no lo hago para agradar a la gente, sino para Dios y soy un hombre de familia responsable, trabajador, emprendedor y sobre todo, un fiel servidor de mi Señor donde sea que me mande o me llamen.

Creo que habemos miles de hombres y mujeres que vamos viviendo la vida sin encontrar los acordes correctos para que la música que mueve nuestras vidas sea alegre e inspiradora. Quiero que el Señor Jesús me use para dar conciertos de esperanza en medio de la adversidad, que supone una adicción, un problema, una crisis o una enfermedad.

Mi concierto de la vida está inconcluso, creo firmemente que cuando vuelva a la casa de Dios, lo haré junto a los ángeles y ese recital espiritual no terminará nunca. Por eso aquí en la tierra sigo componiendo música, haciendo los arreglos para cambiar de ritmo, estilo y acordes que agradan al Señor, eso le da paz a mi familia y me lanzan a una nueva gira para conquistar mis sueños, en los que puedo gritar a todo pulmón que ya no tengo un corazón barato, porque vale la sangre de mi Señor que me ha salvador..

Es posible otra canción de nuestra vida, en la que el compositor sea Jesucristo, y nosotros los instrumentos para que suene fuerte y que muchos quieran danzar con fe y actitud en todo lo que hagamos».

William Panameño, además de cantar a Jesús, tiene un emprendimiento de chicharrones en la colonia donde reside.

William Panameño, cantante y empresario.