Había una vez un hombre que vivía en una aldea donde los lunes eran considerados tierra estéril. Nadie sembraba nada ese día, porque decían que todo esfuerzo hecho en lunes moría antes del viernes. Pero aquel hombre, aunque cansado por los golpes de la vida, se levantó una mañana de lunes con una chispa inusual en el corazón.
El cielo estaba nublado, no tenía trabajo, ni promesa alguna a la vista. Sin embargo, en vez de dejarse arrastrar por el gris del día, decidió agradecer al Señor. Dio gracias por su vida, por su salud y por las manos que aún podían trabajar. Aunque parecía poco, era más que suficiente.
En lugar de quejarse, caminó hacia su interior y preguntó: “¿Qué hay en mí que pueda sembrar?”. Y allí, en el silencio, escuchó: “Sé fiel en lo poco, y verás crecer lo mucho”. Se dio cuenta de que tenía un don para reparar cosas. Con humildad, recogió algunas herramientas viejas y empezó a ofrecer su ayuda por la aldea, puerta por puerta.
La gente al principio lo miraba con duda, pero uno a uno, empezaron a confiar en él. Aquello que parecía pequeño, una habilidad escondida bajo el polvo del tiempo, se convirtió en semilla fértil. Y para su sorpresa, ese lunes, que todos creían inútil, se transformó en el terreno donde brotó su nuevo emprendimiento.
El hombre comprendió entonces que los lunes estériles no existen para quien riega la tierra con gratitud y siembra con fe. Porque Dios no bendice el calendario, bendice la actitud del corazón.
Mensaje espiritual:
Los días difíciles no son maldiciones, sino campos por sembrar. Cuando miramos al cielo con gratitud y buscamos dentro de nosotros lo que Dios ya ha puesto, podemos convertir cualquier día oscuro en el inicio de una nueva creación. Porque no es el mundo el que abre puertas, es la fe la que construye caminos.