“Mi nombre es Martín Reyes, soy Mayor del Ejército Salvadoreño, en situación de retiro. Hace años cuando era sargento salí de mi barraca, llamé a uno de mis soldados y le di instrucciones bien específicas, averiguar todo lo que pudiera conseguir de información sobre una cachiporrista, cuya figura femenina me había ganado la batalla, me había enamorado de ella, me había rendido al amor.

Como todo hombre de armas y ya un poco curtido en estrategias de guerra, nunca me había visto en un combate en el cual mi honor y lealtad serían desafiados en los escabrosos terrenos del amor, era un joven oficial.

Martín Reyes buscó conquistar a una mujer de quien tenía poca información, en ese entonces tenía el grado de sargento.

Causé alta justo cuando el conflicto armado despegaba en los años ochenta. Llegué voluntariamente al Ejercito a los 18 años de edad, proveniente de un cantón e hijo de campesinos agricultores de tierras ajenas. En la Fuerza Armada de El Salvador había ascendido rápidamente, siempre mostré valor y disciplina.

Rossmery, ese era el nombre de la chica y también era mi “enemigo a vencer o mejor dicho a conquistar”, era apenas una joven que apenas estaba entrando a la juventud. Hija de una estricta mujer de hogar, cuyos métodos de crianza eran de los más conservadores. Cuando lancé mi primer ataque fui emboscado por su mamá que me dijo “en la sala de mi casa no estarán solos, ni toques de mano, mucho menos abrazos o besos”. Eso me quedó bien claro desde el día en que nos otorgó permiso conocernos.

Cual si fuera el alto mando en esta relación me instruyó otra orden que no estaba sujeta a discusión, “cuando lo visite al cuartel, iremos las dos y punto». Las ordenanzas y disposiciones de esta batalla por el amor se cumplieron durante ocho años, hasta que un día la victoria llegó, nos casamos por lo civil.

Pero mi última prueba de resistencia fue esperar 15 dias para a vivir junto a mi amada, es decir, hasta que nos casaramos por la iglesia, después de esa ceremonia yo me podría llevar a mi esposa a la casa que se convertiría en mi cielo tocable, y poco tiempo después en el mismísimo infierno en la tierra.

Mientras yo escalaba grados militares, mi Rossemery se graduaba de enfermera. También ya teníamos un soldado en nuestro cuartel central, la familia tenía un nuevo inquilino, nuestro primogénito, eso nos daba furtivos momentos de felicidad, pues ya éramos infelices, peleábamos todo el tiempo, pues un enemigo silencioso avanzaba ganandome terreno, el alcoholismo, y eso despertaba los traumas que Rossmery tenía, ya que, de niña había sufrido la violencia de un padre alcohólico.

Mientras el Mayor Reyes escalaba grados también descendía en el matrimonio,

En medio de una borrachera, un día pensé “a grandes males, grandes remedios” y elaboré un plan, para terminar con toda mi guerra personal, iba a ser fácil para mí, un oficial militar acostumbrado a disparar, era solo de disponer las condiciones para llevar ejecutar el plan y lograr mi objetivo.

Luego de una agria discusión, totalmente alcoholizado, me senté a la orilla de nuestra cama en la habitacion – que habia sido nuestro nido de amor – preparé mi arma, una Pietro Beretta 9 milímetros, la cargué con la furia que sólo enseña la guerra, ya sabía en orden acabaría con mi familia, primero el niño de un año y medio de vida, mi amado hijo primogénito; segundo y sin darle tiempo de reaccionar, Rossmery y en tercer lugar, me suicidaría con balazo en la sien. El plan de auto exterminio no estaba sujeto a discusión.

Gritos, histeria, voces mudas pidiendo auxilio, fueron las condiciones que necesitaba, el momento se calentó tanto, que era como estar de un nutrido fuego de combate militar, entonces preparé, apunté y… de repente un silencio total. No pude disparar el arma a mi querido niño.

Yo Martín Reyes, oficial militar acostumbrado a halar el gatillo, fui incapaz de hacerlo, una fuerza sobrenatural paralizó todo movimiento de mi dedo índice de mi mano derecha, en la que tenía mi Pietro Beretta 9mm, que totalmente alcoholizado, iba a vaciar contra mi hijo, mi esposa y a mi mismo, no pude. Al abrir mi ojos lloraba inconsolablemente, estaba de rodillas con las manos alzadas al cielo en señal de rendición.

Me había rendido a los pies Jesús que, no dudo, intervino milagrosamente, fue el principio del fin de mi guerra personal. Cada vez que cuento esto, aún no logro encontrar una explicación humana, es que no la hay. Allí empezó el camino de una conversión que tardaría años y que actualmente está dando frutos, pero que fue como firmar la paz con mi Señor Jesucristo.

Hace algunos años me jubilé del Ejército, alcancé el rango de Mayor, a solo tres grados de convertirme en General, lo cual no me incomoda, porque ahora he causado alta como “soldado raso el Ejército del Señor” y la biblia es mi arma. Rosmery, mi amada cachiporrista y enfermera de mi vida, sigue a mi lado, ayudándome a ser un mejor hombre y abuelo de tres nietas.

Martín y Rossmery Reyes, ahora predican el evangelio de Jesús, como la única alternativa para recuperar el amor en los matrimonios y la familia.

Ayudamos juntos a los matrimonios en crisis, hogares que son verdaderos infiernos y tratamos de ayudar para que las familias no sean campos de batalla de una guerra sin cuartel, donde los enemigos duermen juntos.

Junto a mi esposa predicamos la palabra, hemos decidido dar por gracia, lo que por gracia recibimos, hoy somos soldados de Jesús, especialistas en explosivos para ayudar a desmontar los campos minados en que se convierten muchos matrimonios, pero que con la ayuda del Señor podemos sumarlos a un ejército de hombres y mujeres que hacen la paz y el amor, y no la guerra”.

“Uno solo puede ser vencido, pero dos pueden resistir. ¡La cuerda de tres hilos no se rompe fácilmente!” Eclesiastés 4:12

Martín Reyes, Pastor, Mayor del Ejército y Empresario.