“Yo era un niño jodión, pleitisto dentro de lo normal, pero tambien respetuoso de los profesores, quienes me formaron desde la preparatoria hasta el bachillerato. Asimismo, recibí atención departe de los sacerdotes maristas que dirigían el famoso Liceo Salvadoreño, donde con orgullo han estudiado lideres convertidos en presidentes de la república de El Salvador y prosperos empresarios.

Una etapa de mi vida en la que no tenía necesidad de nada. No nací en cuna de oro, sino de diamantes. Siempre disfruté los lujos que muy pocos podrían darse.

Mi nombre completo es Jorge Eduardo Daboub Valdéz, Koki simplemente para mis familiares y amigos, he vuelto al Liceo, donde viví los mejores años de mi vida. Corrí en esa enorme cancha de fútbol, desde donde vi morir muchos atardeceres junto a mis compañeros. Trato de sentir, respirar y encontrar algún detalle que me recuerde mi feliz niñez.

Esta es mi Alma Mater, mi cuna académica y venido, quizá, a reconciliarme con aquel niño que empezó a desviarse a los catorce años de edad.

Hice contacto con el alcohol, siendo aún estudiante. Las tardes de la cerveza juvenil dejaron de ser divertidas. Fue como cerrar las puertas del cielo y abrir las del infierno. La cocaína tomó el control de mi vida por mucho tiempo hasta que conocí y probé el crack.

Comencé “tecniqueando” en un conocido “chupadero” llamado “La Bocana” que se ubicaba en la zona del Liceo, donde nos ibamos con varios jóvenes a fumar cigarros, pero me bastaron tres años para que la caja de pandora se destapara. A los 17 años de edad comenzcé a llegar a casa sin zapatos, pero como todavía era “hijo de papi y mami” me lo toleraban.

Un día todo se complicó aún más. Tranzaba las joyas de mi madre, empeñaba los carros, vendía mi ropa de marca, los teléfonos móviles los cambiaba por pequeñas dosis de droga, hasta terminar sin nada, tirado en las calles, yo siendo un joven rico terminé convertido en pobre drogadicto.

De aquel joven arrogante y derrochador del dinero me convirtí en un indigente con una barba y cabello de casi un metro de largo, no me bañé por siete meses, terminé lavándole la ropa a una mujer que distribuía droga y a cambio ella me pagaba con una dosis de “crack” de a un dólar y me echaba de la casa.

Nadie podía hacer nada por mí. Bueno mi madre era la única que no se cansó de ayudarme, ella hizo todo posible e imposible para recuperar a su hijo. Mi mamá nunca se avergonzó de mí. Chuco andrajoso me recogía, me llevaba, me cambiaba, me rejuvenecía, me internaba, nunca podré pagarle lo que hizo por mí. Estoy muy agradecido con ella. Nunca podré pagarle todo lo que hizo.

Mi familia pagó los mejores centros de rehabilitación, los conocí casi todos a nivel nacional e internacional y nada. Hasta que un día supliqué al Dios de mis ancestros palestinos, al Dios del patriarca Abraham, que me sacara de esa condición.

Han pasado trece años de ese milagro, más de una década desde que el desierto terminó para mí, estoy limpio, sobrio y feliz, con otro tipo de problemas, pero feliz y agradecido.

Cada dia recuerdo y no olvidaré nunca el Poder Superior que me sacó de la inmundicia de la adicción; no olvido a las personas que me ayudaron a salir adelante en lo económico, sentimental y moral. Ahora mi oración cada día es que Dios me renueve la actitud de fe, para superar las secuelas que dejan años de alcoholismo y drogas.

Actualmente soy un hombre que cree profundamente haber hecho las paces con Dios, porque él me está mostrando que vengo de una simiente que ha sido bendecida, pero me es necesario un permanente acto de fe y actitud, para sentirme otra vez uno de los hombres más ricos del mundo, espiritualmente hablando, pues la riqueza de la paz y la sobriedad, me permiten demostrarle a muchos que me vieron caer a lo más bajo, que para Dios no hay nada imposible, pues sacó de las sombras y me hizo renacer justo cuando ya nadie daba un centavo por mi recuperación. A Jesús sea toda la gloria”.

Koki Daboub.
Empresario.

Conclusión aleccionadora

Entre familias pudientes o menos afortunadas económicamente, se esconden dramáticos casos de alcoholismo o drogodepéndencia que se ocultan por vergüenza, “por el que dirán” o por desconocimiento de que se trata de una enfermedad del alma, que puede ser tratada con terapia, voluntad de cambio y una gran dosis de fe de parte del enfermo.

Renacer de las sombras de cualquier adicción por visible u oculta que sea es una gran oportunidad, para liberarnos de las cadenas que atan a cientos de miles de persona alrededor del mundo. Tener fe de salir de ese hoyo es fundamental, pero adoptar la actitud de quererlo hacerlo, es ineludible, pues Dios hace su parte y los adictos la propia.