El diagnóstico fue como un fuerte viento que dobló la palmera hasta besar el suelo: osteosarcoma, un cáncer en su pierna izquierda, amenazando con derribar de una vez y para siempre esa palmera llamada Daniela Guardado, una niña de 10 años de edad, cuidada por dos jardineros de experiencia desde que era una tierna plantita, sus abuelos maternos.

El osteosarcoma, es un cáncer agresivo en los huesos. Llegó al Hospital Nacional de Niños Benjamín Bloom en El Salvador con una difícil realidad: para salvar su vida, los médicos tendrían que amputarle la pierna izquierda, la noticia fue recibida con dolor e impotencia por sus abuelos maternos, quienes la habían cuidado desde bebé.

En ese momento la sensación de una tenue llovizna de esperanza empezó a abrazar a los tres, abuelos y nieta, en ellos algo ardía y quemaba por dentro: era una fe silente, una fuerza que no venía de este mundo. Entonces comenzó el calvario.

Le amputaron la pierna. No su alegría. Perdió el cabello, interrumpió sus estudios, la incertidumbre la asaltó, en fin, las emociones y los sentimientos eran incomprensibles. Sin embargo, ganó alas, su imaginación se fue lejos.. Sus lágrimas eran pocas, sus sonrisas, muchas, y en el silencio del hospital, aprendió a resistir como lo hacen los sauces: doblándose, pero nunca rompiéndose.

Allí fundó su primer milagro: Dani Slime, un juego viscoso, un bálsamo de colores, hecho con la alquimia de la esperanza. Con lo recaudado, compró dignidad en forma de cepillos, jabones y toallas, porque entendió que ayudar también era sanar, en especial a sus compañeros de milicias, los “peloncitos del Bloom”, amigos y hermanos de quimio, cáncer y esperanza.

Pasaron ocho inviernos y el árbol podado ha dado nuevos frutos, flores y ramas. Daniela, palmera en playa firme, alegría de la costa, se convirtió en nadadora. Compite internacionalmente cubriendo su alma con los colores azul y blanco de su país El Salvador. Y también ha iniciado una carrera de negocios y relaciones internacionales, sueña con que un día escalará posiciones para intervenir a favor de los niños, porque como dijo Silvio Rodríguez, el cantautor y poeta cubano, “el tiempo está a favor de los pequeños, de los menudos, de los olvidados”

Daniela no venció al cáncer. Lo transformó. No renació, porque nunca murió. Simplemente eligió florecer, aunque el terreno fuera inhóspito.

Y en su sala, sentada con la sencillez de quien ya entendió el mundo, dice sin tristeza que el cáncer le cambió la vida, pero no le robó los sueños.