“Hace unos años me fui para el norte”, comenzó a contar mientras miraba por la ventana. “Pensé que allá me esperaba la felicidad, pero lo que me salió al paso fue el miedo.”
Por Julio Rodríguez
Serie Historias de Uber
—¿Usted cree que uno puede volver a empezar? —me preguntó desde el asiento trasero.
Era una mañana lluviosa, de esas en que San Salvador parece una ciudad que a veces amanece triste y llora junto a sus hijos las penas que otros le causan a la patria.
Ella subió al carro con un bolso pequeño y una mirada serena, como quien ha aprendido a medir la vida sin apuro. Al verla por el retrovisor, pensé que tendría unos treinta años, pero luego me dijo que apenas había pasado los veintitantos.
“Hace unos años me fui para el norte”, comenzó a contar mientras miraba por la ventana. “Pensé que allá me esperaba la felicidad, pero lo que me salió al paso fue el miedo.”
Viajó sola, entre un grupo de hombres desconocidos.
“Era la única mujer. Desde el primer día me encomendé a Dios”, me dijo con esa fe que no se explica, solo se siente.
Cruzaron Guatemala, llegaron a México, durmieron en el suelo y comieron lo que podían. Una noche, el guía —borracho y abusivo— golpeó la puerta de su habitación. Intentó forzarla, y cuando no pudo, la golpeó.
“Los demás lo detuvieron. Gracias a Dios no pasó a más, pero desde entonces ya no dormí igual.”
Después la detuvieron, y fue deportada. Cuando llegó al Centro del Migrante en San Salvador, la esperaban sus padres.
“Me sentí fracasada, pero también viva”, me dijo. Luego soltó una sonrisa que parecía curada del pasado:
—Vuelvo sin la gloria del triunfo, pero con la fe renovada que me empuja a tener una actitud propositiva en mi pueblo, allá al norte de Chalatenango.
El semáforo se puso en verde. Ella suspiró, como quien cierra un capítulo, y me agradeció por escucharla.
Cuando bajó del carro, vi que llevaba una pequeña Biblia en la mano.
Quizá no alcanzó a cumplir el sueño americano, pensé,
pero sí volvió a soñar a lo salvadoreño: con fe, con actitud y con la esperanza de volver a empezar.
“A veces el norte que seguimos no es el del corazón, sino el que nos ofrece espejismos de felicidad.”






