Por Julio Rodríguez / Periodista

En muchas familias, el “papá” destaca por su entrega… o por su ausencia. Puede ser una figura siempre presente, comprometida y amorosa; o alguien que estuvo ausente por fallecimiento, irresponsabilidad, abandono, vicios, infidelidad, migración forzada, exceso de trabajo o simplemente porque eligió criar a los hijos de alguien más.

Incluso hay quienes asumieron su rol por obligación legal, y por eso tiene tanto sentido aquel dicho popular: “Padre no es el que engendra ni el que cría, sino el que termina en la Procuraduría (General de la República)”. Así, las figuras paternas vienen en todos los sabores, colores y formas.

Y así ha sido desde siempre. Incluso aquel que vino al mundo engendrado por nuestro Padre celestial vivió una existencia tan humana, que bien podría compararse con cualquier familia de hoy.

Jesús, desde una perspectiva humana, tuvo a José el carpintero como papá adoptivo. Poco se sabe de la vida de José y su influencia en la formación del joven nazareno, pues la Biblia sugiere que murió de forma prematura. En el evangelio de Marcos 6:3 se le llama a Jesús “el hijo de María” —no de José, como era la costumbre en esa época—. El carpintero no vuelve a mencionarse después de que Jesús tiene doce años, cuando el joven se pierde y es hallado en el templo, hablando con los sabios sobre los asuntos de su verdadero Padre (Lucas 2:41-50).

Esta particularidad —una familia sin padre presente— revela el rostro más humano de Jesús: su infancia marcada por retos, carencias, quizás sueños, metas y aprendizajes que se revelaban con el tiempo. Como dice el evangelio: “Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres” (Lucas 2:52).

Aun así, siendo hijo adoptivo en la tierra y con sabiduría divina, Jesús nos enseñó a orar al Padre del cielo. Nos reveló el modelo de padre que todo hombre, sin importar su historia, debería buscar reflejar: aquel que ejerce su rol con responsabilidad, amor y guía espiritual.

Ese modelo está contenido en el “Padre Nuestro”, la oración más universal de la fe cristiana:

  • Un padre con autoridad moral y espiritual:
    “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.”
  • Un padre proveedor y justo:
    “Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.”
  • Un padre protector y sabio consejero:
    “No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.”

Un verdadero padre es respetado cuando ejerce su autoridad con amor; es apreciado cuando provee con justicia; es escuchado y seguido cuando guía con sabiduría. Así es el Padre que vela por nosotros desde su trono celestial.

Jesús, aunque no tuvo hijos biológicos, imitó a su padre terrenal en el trabajo y en la dedicación. Desde su divinidad, nos mostró cómo es el corazón del Padre, y cómo debemos vernos a nosotros mismos en ese espejo. Ser padre no es fácil, pero cada día es una nueva oportunidad para corregir, aprender y mejorar.

Este Día del Padre puede ser el momento perfecto para comenzar a cambiar o para seguir creciendo como líderes de nuestros hogares. Y sí, también es oportuno decir: ¡Felicidades a todas las madres que también fueron padres! Porque con esfuerzo y amor formaron hijos que aprendieron a ser buenos padres, como el Maestro de Galilea nos enseñó… incluso en medio de la ausencia.