Escrito por Mirella Cáceres, periodista

“¡No, mi hijo no va a dejar la escuela pública!, yo no voy a crear un mundo para mi hijo, voy a criar un hijo para el mundo”. Así de contundente respondió Ned D´Ávila a su madre cuando esta le planteó que Nelson no regresara más a la escuela. El pequeño había llegado una vez más con heridas por sus riñas con niños que se burlaban de él por la displasia espóndilo epifisiaria, un tipo de enanismo que solo él padecía en su familia.

La determinación de aquella madre hizo que el niño fuera enfrentando con valentía un mundo que se le presentaba cruel. Y así fue descubriendo el camino para demostrar que su valía iba más allá de su corta estatura: su potente voz. El artista Nelson Ned había comenzado a gestarse.

“Yo ya nací cantando”, decía Nelson sobre cómo nació su vocación que lo llevó más allá de las fronteras de su natal Brasil. Cantaba en la escuela, en las fiestas, en dondequiera que le dieran la oportunidad. Su elegante voz de barítono atrajo la admiración de miles, el mundo lo contempló convencido de que el talento nada tienen que ver con la estatura. A los 14 años ganó un certamen de canto y a los 19 representó a Brasil en el Festival de la Canción en Argentina (1968), el cual ganó con la canción de su autoría e inspirada en su primer amor: Todo pasará.

El éxito fue subiendo como la espuma, incluso lo invitaron a conducir programas televisivos en su país. En 1970, representó a Brasil en el Festival de la Canción Latinoamericana en Nueva York,  esta vez no ganó el concurso sino algo mejor: la oferta de grabar un disco y eso lo catapultó a la fama en toda Latinoamérica. Vinieron éxitos como Yo también soy sentimental y Si las flores pudieran hablar, ambas escritas por él. 

Había nacido “El pequeño gigante de la canción”, como lo bautizó un presentador de televisión en Brasil. Las palabras de su madre parecían premonitorias: había criado un hijo para el mundo, había parido a un artista.

Aquel “enano”, como le llamaban en la escuela, se transformó en una de las voces más representativas de la música brasileña y en el primer artista latinoamericano en vender 1 millón de discos en Estados Unidos con su canción Happy birthday my Darling, el que llegó a llenar tres veces el mítico Carnegie Hall de Nueva York, reservado para los grandes artistas, el que al final de su carrera vendió 45 millones de discos y obtuvo varios discos de oro y platino.

Cantaba sus composiciones y las de otros autores en portugués, su lengua materna, pero además en italiano, francés, español e inglés.

Empieza el baile mortal

A pesar de todo, Ojos castaños, Mi manera de amar, Dile a tu nuevo amor, Quién eres tú, Déjenme si estoy llorando  entre otros grandes temas dieron gran fama y fortuna al cantautor brasileño.

Pero con el éxito había comenzado “La balada de la muerte”, tal como Nelson Ned definió la vida de excesos que llevaba detrás del escenario y las cámaras.

“Yo le pagaba a las mujeres. Ellas venían a mí fascinadas por el romanticismo, hipnotizadas por las canciones románticas… Yo era un enfermo sexual, la persona que está contaminada por la droga y el alcohol no tiene poder para decir no”, relató el cantante sobre su trepidante vida fuera del escenario y el hogar.

Cada noche bebía dos botellas de whisky, consumía 7 gramos de cocaína a la semana, viajaba con un gramo de cocaína en su equipaje; sostenía orgías sexuales en suites de lujosos hoteles, atraía a las mujeres con derroche de dinero, champán y cocaína.  Mientras tanto su vida familiar era un caos: su primera esposa lo dejó con los tres hijos y a su segunda esposa no la hacía feliz. “Yo era un monstruo”, recordó el cantante.

Vivía dos vidas. Para cumplir con profesionalismo sus presentaciones se inyectaba vitamina B12 y consumía cocaína antes de subir al escenario.  “Incorporaba el espíritu del artista, adoptaba el personaje Nelson Ned”, contó. Pero al bajar del escenario se sumergía una y otra vez en su mundo de excesos.

Se cae el ídolo

Nelson Ned afirmó haber bailado “La balada de la muerte” por 13 años refiriéndose a ese tiempo en que consumía dos botellas de whisky, 7 gramos de cocaína a la semana y a todo su tren de excesos. “Yo era una bomba atómica, yo era una bala perdida”, agregó.

Pero había algo más, un ego gigante, un enorme ídolo dentro de aquella pequeña figura robusta.

“Yo tenía un ídolo, era Nelson Ned. Era él quien conquistaba las mujeres para mí, el que conseguía el dinero y los  Mercedes Benz y los Roll Royce, así como los discos de oro y de platino en la pared de mi casa; al bajar a los camerinos encontraba a los amigos fáciles que vivían del champán, las mujeres fáciles que nunca se acostarían conmigo por dinero pero que con la cocaína sí”, declaró el artista al canal mexicano TV Azteca.

Aquel tren de vida le pasó una costosa factura: primero sufrió un desprendimiento de retina que lo llevó a un hospital de Miami pero ni la cirugía ni todo su dinero pudieron salvarle el ojo derecho, es más, su otro ojo estaba en riesgo. Más tarde vino un incidente en que su segunda esposa María se hirió accidentalmente en casa y el artista fue acusado de dispararle, luego fue absuelto.

Paró su tren de excesos y se refugió en Dios, tanto que hasta grabó un álbum con música cristiana. No duró. Dos años después recayó. Un día, mientras despertaba de una gran borrachera se halló solo en casa, su esposa e hijos se habían marchado de la casa, luego de que él en su ebriedad la echara. Fue la primera vez que comprendió el dolor de la soledad y lo que sus adicciones afectaban a su familia. Una madrugada de marzo de 1993, el gran ídolo se volvió humano y cayó de rodillas pidiendo clemencia al cielo.

“Ese día me olvidé que había vendido más de 45 millones de discos, de los discos de oro y de platino, simplemente me olvidé de que era  ‘Elpequeño gigante de la canción’ y me arrodillé a los pies de mi cama y le dije: Señor, perdóname porque ya las botas no me entran en los pies, yo soy una farsa, me miro en el espejo y tengo asco de mí porque no estoy correspondiendo al artista que soy. Tú hiciste un artista y dentro de mi vive un monstruo”. Así oró esa vez mientras lloraba.

Y siguió con su confesión a Dios: “Le dije: este corazón que yo tengo no te puede servir, es un corazón lleno de fama, de reventones, de excesos, de sexo; es un corazón lleno de traiciones, lleno de Nelson Ned, no hay espacio para ti Señor, limpia mi corazón.” Después de eso pidió a uno de sus músicos que tantas veces le habló del poder de Jesús en transformar corazones para que le guiara.

Allí empezó a vivir el Nelson Ned hombre, ya no el ídolo. Desde entonces compuso canciones de gratitud a Dios. “Escuchen, por favor, estoy amando a un hombre que me ha dado paz al corazón”, dice parte de una de sus canciones dedicadas a Cristo, al que le hizo perder el interés en todo aquello en que había naufragado por tanto tiempo.

 “Empecé a sentir una liberación muy linda, una alegría sobrenatural que no dependía de circunstancias, que no dependía de hit parade o de un Mercedes Benz nuevo, era la alegría  que tienen los niños y los pájaros, era la alegría de Cristo dentro de mí”, aseguró.

Desde entonces hasta antes de su muerte, Nelson Ned se dedicó su vida a testificar de la transformación que Jesucristo había hecho en él y a grabar música cristiana.

El 5 de enero de 2014, a poco de cumplir 67 años, se apagaba en un hospital de Sao Paulo la luz de “El pequeño gigante de la canción”. Ahora interpreta la balada de la vida junto al Dios que lo rescató.

*Tomado de testimonio dado por Nelson Ned a TV Azteca.