Por Mirella Cáceres, periodista.
Hace 113 años, más de 3,700 personas desafiaron al mar, desafiaron la vida. Abordaron un colosal barco llamado Titanic, en Southampton, Inglaterra, bajo la promesa de que estarían al otro lado del Atlántico, en Nueva York, Estados Unidos, más pronto que otros transatlánticos. Ricos y pobres, junto a una nutrida tripulación, se lanzaron al Atlántico en lo que sería el viaje más seguro, no sabían que habían comprado un pasaje a la oscuridad.
Era el primer viaje del lujoso Titanic, el cual zarpó aquel mediodía del 10 de abril de 1912. En el iban representadas las distintas clases de la sociedad de la época, desde millonarios con sus coches, joyas, dinero y otras riquezas hasta obreros con sus sueños y una maleta. Pero al otro lado del Atlántico les esperaba una pesadilla de la que no todos despertarían.
Después de cuatro días de viaje, el calendario marcaba el 14 de abril de 1912 y el reloj las 23:40 horas. Cuando el Titanic atravesaba veloz las gélidas aguas de Terranova, en Canadá, un fuerte movimiento despertó a muchos pasajeros y tripulantes, entre ellos a Charles John Joughin, un chef inglés a cargo de un grupo de 13 cocineros había sido contratado por la Star Line, la empresa propietaria del Titanic. “El Insumergible” como lo apodaron, chocaba con un iceberg y el agua empezó a colarse por uno de los compartimentos. La sentencia estaba dada.
Como muchos, Joughin despertó aturdido sin comprender aquello. Cuando subió a la cubierta se enteró de la dimensión de las circunstancias y de cómo se movilizaban para evacuar a mujeres y niños en las barcas salvavidas disponibles. Entonces ordenó que se repartiera 40 libras de pan por barca y otras provisiones, además lanzó sillas al mar previendo que al hundirse el barco estas podrían servir como flotadores. Le indicaron que él podía subir a la barca número 10 pero él se negó. Bajó a su camarote y bebió todo el whisky que pudo sabiendo que lo peor estaba por venir. De pronto escuchó un fuerte crujido, subió de nuevo a la cubierta y vio cómo la gente quedada en el barco corría hacia la popa mientras el barco se inclinaba por el lado izquierdo. Él se aferró a un barandal pero el barco empezó a hundirse violentamente, una experiencia que él describió más tarde como estar cayendo dentro de un ascensor.
Cuando el mar se iba tragando el Titanic, unos se iban con él pero otros empezaron a flotar en el frío mar de Terranova. Joughin empezó a nadar lentamente buscando algo de qué aferrarse pero solo había oscuridad y el hielo que le colaba hasta el alma. El tiempo parecía detenido, una pesadilla eterna. Después de un tiempo nadando notó que empezaba a amanecer y divisó una barca volcada y unos hombres sobre ella tratando de mantenerse a salvo. Pero allí no había espacio para él, hasta que en otra barca le reconocieron y le invitaron a subir.
¿Qué hizo que Joughn sobreviviera? ¿Sería la ley de la compensación por una acción loable de asegurarse de que las otras personas que sobrevivirían tuvieran que comer o él negarse a abordar una barca para no quitar espacio a otro? Algunos comentaron que el whisky ingerido lo mantuvo en calor pero médicos de la época refutaron eso porque el nivel ingerido por Charles era mayor al que en esos casos necesitaba para no morir de hipotermia. Algunos incluso no creyeron a este hombre cuando contaba que sobrevivió por haber nadado lentamente por 2 horas en un mar tan frío. Lo cierto es que aquel cocinero de 34 años vivió para contar cómo en menos de tres horas el imponente barco en el que trabajaba y viajaba seguro, había desaparecido mientras él seguía luchando por su vida.
Se dice que el diseñador y uno de los constructores del Titanic, Thomas Andrews, murió en el naufragio víctima de su misma confianza de que había construido el barco más imponente y seguro.
Cuántos de nosotros vamos por la vida como el Titanic, navegando con soberbia, con majestuosidad, tirando de excesos y con sobrada confianza de que navegamos seguros, en que nada nos detendrá ni puede doblegar. Pero como al famoso barco un pequeño revés nos derriba. Según estudiosos, una de las más fuertes causas del naufragio fue que dada la velocidad de la nave el roce con el iceberg tuvo un mayor impacto y esto habría provocado el desprendimiento o debilitamiento de los remaches de acero. El barco se fue hundiendo en el lapso de 2 horas 40 minutos y hasta ahora yacen sus restos oxidados en el fondo del océano.
Nadie pudo salvar al Titanic pero sí la vida del cocinero. Nada pudo detener que el barco se sumergiera pero nada pudo impedir, ni siquiera las condiciones más extremas de aquella madrugada del 15 de abril de 1912 que Charles Joughin se mantuviera a flote. Algunos que lo conocieron dijeron que este chef siempre tuvo temple y que nunca perdió la tranquilidad ante las peores crisis, por lo que eso pudo ayudarlo a sobrevivir.
Charles Joughin vivió hasta los 78 años en New Jersey, Estados Unidos. La mañana del 15 de abril en que lo rescataron tenía los pies congelados pero aún así caminó sobre sus rodillas.
No se sabe si Joughin se aferró a la fe en el Dios supremo en aquel momento, pero no solo sobrevivió al naufragio sino que nos enseña a cómo enfrentar las adversidades, de cómo anteponer la solidaridad y su servicio hacia los demás aunque su vida penda de un hilo. Nos da una lección de cómo vivir para servir y de cómo tirar de valentía cuando la peor de las adversidades amenace con hundir nuestro propio barco.
Y si a la valentía o la actitud se le antepone la fe en el Dios que todo lo puede, nuestra vida siempre se mantendrá a flote. La Biblia nos relata una escena en el libro de Marcos capítulo 4: 39-40 en la que los discípulos de Jesús luchaban contra una gran tempestad que amenazaba con hundirlos hasta que recurrieron a Jesús, que plácidamente dormía en la popa. Él solo necesitó decirle al viento y a la tempestad: “Calla, enmudece”, para que todo volviera a la calma. Luego reprendió a sus discípulos por tener miedo y por su falta de fe. Él es la llave para vencer cualquier Titanic en nuestra vida.
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