Un salvadoreño que convirtió el desempleo en una receta de vida —entre la informalidad creciente y el pulso emprendedor de las MYPE

Por Julio Rodríguez / Periodista


Una vieja canción suena en el radio de perilla colgado a un lado de la lona que da sombra al carretón. La fila avanza frente a la clínica del Seguro Social: algunos llegan antes de la consulta, otros al salir; todos por lo mismo, un “atol gourmet en plena acera”, de pie o en una silla de plástico. Detrás de los recipientes humeantes, Milton Granados, 55 años, define su oficio con una mezcla de humor y orgullo: “atolero gourmet”.

La etiqueta no es pose. Es una filosofía nacida del tropiezo. Después de intentar el “sueño americano” —que acabó en pesadilla— y de ser despedido como “no indispensable” en una maquila, Milton juró no volver a esperar una carta de recursos humanos. Montó su carretón y, cucharón en mano, se inventó un destino. A las 5:00 a. m. va al mercado por insumos frescos; tiene un sistema de molido propio; a las 8:00 abre venta. Y ofrece combinaciones insólitas: champurrada (maíz tostado con chocolate), garbanzo, alpiste con soya, atado con leche, girasol, semilla de melón, “ternera” (soya con atado)… Dice que su cuaderno guarda casi 300 recetas.

La historia personal de Milton dialoga con una realidad más amplia. En 2023, 1.86 millones de salvadoreños —el 64 % de quienes trabajan— lo hicieron en empleos informales (sin seguridad social ni contrato), según la Evaluación de Pobreza y Equidad del Banco Mundial basada en la EHPM. La informalidad golpea con más fuerza a mujeres y jóvenes y se alimenta, en buena medida, del autoempleo como estrategia de subsistencia.

La tasa de desempleo oficial bajó en 2023 hasta 5.22 %, pero ese alivio convive con el fenómeno de la informalidad —personas ocupadas sin protección laboral— y con millones de trabajadores por cuenta propia. Los registros de prensa basados en la EHPM 2024 sitúan ese 5.22 % como el nivel más bajo en 17 años.

El autoempleo no es marginal: los datos comparables del Banco Mundial señalan que en 2023 alrededor del 36 % del total de ocupados en El Salvador trabajó por cuenta propia. En países con mercados laborales frágiles, esa proporción suele ser un termómetro de precariedad y creatividad a la vez.

Dentro del mosaico informal hay matices: el Ministerio de Trabajo (SIMEL) documenta que el sector informal no agrícola concentró en 2023 al 45.2 % de la población ocupada en ese segmento, un repunte respecto de años previos (con pico de 49.1 % en 2020), lo que muestra una economía urbana que se autoorganiza en pequeñas unidades productivas, como el puesto de Milton.

El otro rostro del fenómeno es positivo: las micro y pequeñas empresas (MYPE) son motor de producción y empleo. El informe “El estado de la Mype 2024”, apoyado por BCIE, KfW y la Unión Europea, estima que las MYPE salvadoreñas aportan más del 35 % del PIB. Es decir, una tercera parte del valor agregado nacional nace en negocios del tamaño del carretón de Milton —o un poco más grandes— repartidos en barrios, mercados y corredores comerciales.

Para escalar, el ecosistema institucional importa. CONAMYPE ofrece registro MYPE, asistencia técnica, ferias, pronto pago y vitrinas de comercialización, herramientas pensadas para formalizar, mejorar procesos y abrir mercados. La mayoría de los emprendedores, sin embargo, choca con barreras de información, tiempo o financiamiento, y termina postergando el “salto” a la formalidad.

El contexto macro acompaña, pero no resuelve. En su Consulta del Artículo IV (2025), el FMI reportó crecimiento estimado de 2.4 % para 2023 —tras 2.8 % en 2022— con un horizonte “frágil” por desequilibrios y entorno externo menos favorable. Un crecimiento moderado con alta informalidad suele traducirse en ingresos inestables y baja cobertura de protección social.

Volvamos a la acera. “Quiero franquiciar, abrir un local y patentar mis recetas”, dice Milton mientras sirve un vaso humeante de champurrada. Su anhelo encaja con las rutas de política pública: formalizar unidades productivas, mejorar productividad y conectar con financiamiento. En un país donde dos de cada tres trabajadores están fuera de la formalidad, cada caso que cruce esa frontera suma al tejido social y fiscal.

El radio sigue sonando. Pocos lo notan, pero la melodía es “Dreamer” (Soñador), de Supertramp. La misma que escuché el día que probé su atol por primera vez. Puede ser casualidad. O puede ser que, en un mercado laboral duro, soñar sea el primer ingrediente de cualquier emprendimiento. El resto —molino, receta, madrugón, clientela, un trámite en CONAMYPE, quizá un microcrédito— es la mezcla que convierte un carretón en empresa y una esquina en esperanza.