El 10 de junio de 1935, en la ciudad de Akron, Ohio, un corredor de bolsa en desgracia y un médico desesperado se dieron la mano sin saber que estaban fundando una revolución silenciosa. Bill Wilson y el Dr. Bob Smith no firmaron un manifiesto, ni levantaron pancartas, ni se pusieron de pie ante multitudes. Hicieron algo más radical: hablaron, uno con el otro, con una honestidad brutal y desarmada. Así nacía Alcohólicos Anónimos.

Hoy se cumplen noventa años de aquel momento fundacional, y el eco de esa conversación sigue resonando en sótanos de iglesias, en salones comunales, en patios de cárceles y en aplicaciones de videollamada en todo el mundo. Porque donde haya una voz que diga: “Me llamo X, y soy alcohólico”, allí está el espíritu de AA, aún vivo.

AA no nació con la intención de ser un movimiento global. Era apenas un intento por sobrevivir, por romper el ciclo infernal de recaída y culpa. Pero lo que encontraron Bill y Bob fue algo más grande: el poder de una comunidad que no juzga, que no impone, que simplemente acompaña. El programa de los Doce Pasos fue su brújula, y la sobriedad, su norte.

En cada colonia, barrio alto o bajo, en una oficina, en centro de trabajo, en una iglesia, donde sea siempre hay un programa y una ,amo extendida de AA

Noventa años después, millones han pasado por esas salas, muchos con el rostro agrietado por la vergüenza, otros con los ojos brillantes por la esperanza recién nacida. En ese espacio sagrado, las diferencias se disuelven: no importa si se fue un abogado brillante o un chofer desempleado, si se cayó desde una mansión o desde una acera. En AA, todos empiezan de nuevo.

Hay quien recuerda su primera reunión con una mezcla de miedo y alivio. “Llegué temblando, convencido de que no era como ellos”, dijo una mujer en San Salvador, hace apenas unos meses. “Pero cuando un hombre habló y dijo exactamente lo que yo sentía por dentro, supe que había llegado a casa”. No fue magia, ni terapia, ni religión. Fue identificación.

Los Doce Pasos no son una receta milagrosa, pero han funcionado allí donde otros métodos fracasaron. Admitir la impotencia ante el alcohol, confiar en un poder superior (sea cual sea), reparar daños y servir a otros: principios simples, pero profundamente transformadores. Tan simples que, a menudo, parecen imposibles… hasta que alguien los vive.

Y es que AA ha sobrevivido porque entendió algo esencial: que el dolor compartido alivia, que el testimonio sincero sana, y que ayudar a otro es una forma de salvarse a uno mismo.

En El Salvador, los primeros grupos surgieron en los años 70, entre prejuicios, secretos familiares y un profundo desconocimiento. Pero con el tiempo, se multiplicaron. Hoy existen centenares de grupos en todo el país. En zonas rurales y urbanas, en comunidades religiosas y laicas, en hospitales y prisiones, AA ha tejido una red invisible de compasión y resistencia.

Noventa años no es poco. Pocas instituciones sobreviven tanto tiempo sin jerarquías, sin fines de lucro, sin marketing, sin otra promesa que la de “un día a la vez”. ¿El secreto? Quizás esté en ese mismo principio: cada día cuenta. Cada historia importa.

Hoy, en alguna parte del mundo, alguien está diciendo: “Es mi primer día sobrio”. Y en otra parte, alguien responde: “Bienvenido. Yo también estuve ahí. Y aún estoy aquí”.

Feliz aniversario, AA. Gracias por sostener lo que a tantos nos parecía insostenible: la esperanza.

“Noventa años de sobriedad: la luz que también llegó a El Salvador”

El programa de los doce pasos son la brujula y la sobriedad el norte de AA

Una crónica salvadoreña de esperanza compartida

El sol se filtraba con pereza entre los edificios del Centro Histórico cuando recogí a don Mario aquella mañana. Vestía con una pulcritud casi ceremonial: camisa planchada, zapatos bien lustrados, y un cuadernito gastado en las manos. Lo subió al regazo como si guardara un secreto.

—¿A dónde lo llevo, caballero?

—A la reunión del grupo Unidad. Ahí por el parque Bolívar —me respondió, y luego, tras una pausa—.Es de Alcohólicos Anónimos.

La conversación que siguió durante ese breve viaje fue una de esas que no se olvidan.

Bill W. y el Dr. Bob co fundadores de AA, el fundador principal es Dios,

Don Mario tiene 62 años, aunque su rostro parece cargar muchos más. Me contó que hoy cumplía 18 años sin beber. Había comenzado a los catorce, “como jugando”, y terminó durmiendo en la acera frente a la iglesia El Rosario durante años que ya no quiere contar. Su mirada, sin embargo, no era triste. Era serena. Había atravesado el infierno y vuelto.

—Yo era de los que decía: ‘Esto no es para mí’. Pero un día entré al grupo solo por un fresco y me quedé por las palabras de un cipote que parecía que estaba leyendo mi mente —me dijo, mientras miraba por la ventana.

La historia de don Mario es la historia de miles en El Salvador. En medio de barrios azotados por la violencia, la pobreza y la desconfianza, AA ha florecido como una semilla resistente, regada por lágrimas, silencio y voluntad. Desde que los primeros grupos comenzaron a formarse en los años 70, muchas veces en secreto y con prejuicio, la organización ha crecido hasta tener presencia en todo el país.

No es fácil hablar de alcoholismo en una sociedad que aún lo ve como un defecto moral más que como una enfermedad. AA ha sido, para muchos, el único espacio seguro donde alguien puede decir: “Soy alcohólico”, sin miedo a ser rechazado. Allí, un panadero puede sentarse junto a un exdiputado. Un joven pandillero puede compartir con una abuela jubilada. Y todos tienen la misma voz.

—Aquí no hay aplausos ni diplomas. Solo agradecimiento y servicio —me dijo don Mario al bajarse—.Y lo más bonito es que, aunque tengás 20 años limpio, nunca te creás que ya la hiciste. Porque solo por hoy, compa. Solo por hoy.

Hoy, 10 de junio de 2025, Alcohólicos Anónimos cumple 90 años de existencia, y en algún salón sencillo de Soyapango, en una casa humilde en Chalatenango, o en un módulo de Mariona, alguien está diciendo por primera vez: “Me llamo X, y soy alcohólico”.

Y otro, sin juzgar, responde: “Bienvenido. Aquí comienza tu nueva vida”.

En este país de cicatrices abiertas y resiliencia profunda, AA ha tejido, silenciosamente, una red de dignidad. No cambia gobiernos ni dicta leyes, pero ha salvado más vidas de las que podremos contar.

Y aunque no haya pancartas ni desfiles, esta mañana, en un Uber cualquiera, mientras el sol se levanta y un hombre llega puntual a su reunión, la sobriedad celebra su aniversario en voz baja, pero con el corazón lleno.