Por Julio Rodríguez / Periodista

La plata del tiempo baña su cabello, y los surcos de la vida dibujan en su rostro un mapa de tesoros escondidos. Así es la historia de Juanita Hernández de Hernández, una mujer que, a sus casi 90 años, sigue predicando la Palabra de Dios.

No lo hace como una misión impuesta, sino como una expresión natural de gratitud por todo lo vivido desde aquel invierno de septiembre de 1937, cuando nació en Nueva Guadalupe, distrito de San Miguel Oeste, en la zona oriental de El Salvador.

Su niñez fue dura: un hogar disfuncional y la pobreza fueron casi la “primera cruz que tomó y llevó sin renegar”. Aun así, en medio de tantas carencias, logró estudiar en la escuela del pueblo y completar hasta sexto grado, entre labores agrícolas, responsabilidades domésticas y un deseo indomable de superación.

El trabajo pastoral de Juanita Hernández, es muy apreciado por la comunidad.

Fue entonces cuando una maestra, con permiso de la familia, decidió llevarla a vivir y estudiar con ella. La pequeña Juanita dejó atrás su tierra y viajó cientos de kilómetros hasta Santa Tecla, en el departamento de La Libertad, una ciudad que se preparaba para el crecimiento y la modernidad.

Aunque la melancolía por su campiña migueleña solía visitarla, Juanita nunca perdió claridad sobre su propósito: servir a las personas. Quería curar heridas, aliviar dolores, ser guardiana de la salud y sembradora de esperanza. Su mayor sueño era convertirse en enfermera.

Con el tiempo lo logró. Se graduó, trabajó en su profesión y fue feliz sirviendo a los demás. Su plan avanzaba, y también el de Dios… aunque en rutas distintas. Porque, como dice el sabio de Proverbios: “El ser humano hace planes, pero la palabra final la tiene el Señor” (Proverbios 16:1).

Juanita conoció al amor de su vida. Él le pidió matrimonio con una condición: que dejara la enfermería. Ella se negó al principio, pero fue su abuela paterna quien la aconsejó aceptar. Se casó y se dedicó a su hogar; sin embargo, su vocación de servicio no se apagó. Continuó inyectando, poniendo sueros y ayudando a vecinos y conocidos, manteniendo encendida la chispa de quien nació para cuidar.

Juanita muestra su identificación como pastor autorizado entregado por las Asambleas de Dios

Parecía que el plan de Dios seguía tomando forma en aquella mujer menuda, de tez blanca, sonrisa luminosa y una energía inagotable.

En 1979, con poco más de 40 años, varios hijos y un hogar sólido —aunque sin lujos, pero con amor y principios firmes— y en un país sacudido por el inicio de la guerra civil, Juanita declaró que Jesús sería su Señor y Salvador. Se asumió discípula, servidora, seguidora del Maestro de Galilea.

Collage de imágenes en la celebración de los 24 años de trabajo en la comunidad cristiana que pastorea Juanita

Pasaron tres décadas. En 2007 fue consagrada al ministerio de la predicación y nombrada pastora por las Asambleas de Dios, después de muchos años de trabajo en la zona sur de La Libertad y estudios en el Instituto Bíblico “Bethel”.

Ella y su esposo sacaron adelante a sus seis hijos, todos profesionales destacados, que formaron familia y le regalaron nietos y bisnietos. Ya con la vida encaminada, la pareja Hernández Hernández decidió marcharse al campo. Dejaron la comodidad y comenzaron una obra en el cantón San Paulino de San José Villanueva —hoy distrito de La Libertad Este— donde entregaron sus fuerzas al servicio comunitario y espiritual.

La familia de Juanita y Ambrosio Hernández, con sus hijos e hijas, cuatro hombres y dos mujeres, ahora adultos y profesionales formados.

Hoy, después de 28 años de pastorear, ayudar, orar y sostener a quienes la buscan, Juanita sigue caminando. Los achaques de la edad le han enseñado prudencia, pero no le han quitado la energía ni la pasión. Continúa apoyando a su comunidad, promoviendo proyectos sociales y alentando el crecimiento espiritual de quienes la rodean.

Aquella niña que soñaba con sanar cuerpos… terminó sanando almas.
Y, como ella misma dice, “Dios sabía mejor que yo el tipo de enfermera que quería que fuera”.

Juanita se despide con prisa:
Debo irme, me espera una reunión con los hermanos —dice al periodista que la escucha.
Antes de marcharse, hace una pausa y promete orar por este periódico.

Y así se va, ligera, comprometida, luminosa.

Santa Tecla, La Libertad, viernes, 28 de noviembre de 2025. 02:00 p.m.