(Protestantes, católicos, luteranos, ortodoxos, anglicanos y las 45 mil expresiones que existen)

Por Julio Rodríguez, periodista

El cielo deseado, pero temido.

Muchos cristianos profesan creer en el cielo y en su maravilla eterna. Sin embargo, cuando la enfermedad los visita, oran desesperadamente por sanarse y no morir. Resulta paradójico: anhelan la gloria celestial y aseguran a otros que allí irán si aceptan a Jesús, pero cuando se acerca la posibilidad de partir, prefieren aferrarse a la vida terrenal.

El amor mal dirigido.

Dicen creer en Jesús, pero no practican el amor al prójimo. Prefieren amar al carro último modelo, a la casa carísima que aseguran que “Dios les dio”, a las joyas, al salón de belleza, al licor o a la comida que nunca comparten. Olvidan que la base del evangelio es el amor al prójimo, el nuevo mandamiento que Jesús dejó como legado.

El perdón incompleto.

Frases comunes lo delatan: “Perdono, pero no olvido”, “Perdonarte, jamás”, o el clásico “Que te perdone Dios”. Sin embargo, Jesús incluso perdonó a Judas; en la cruz no hizo excepciones al clamar: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. No dijo “menos a Judas”, sino que su perdón fue absoluto, incluso para los que lo traicionaron y lo crucificaron.

Una nota necesaria

Todos, de una u otra forma, caemos en estas contradicciones. Habrá quienes digan: “yo regalo, yo dono, yo perdono, cuando enfermo hago lo que tengo que hacer para sanar, pero confío en la voluntad de Dios”. Y eso es valioso, porque muestra que no somos perfectos, pero al menos intentamos seguir al Maestro de Galilea, imitando su ejemplo hasta donde podemos, confiando en la fuerza que Él nos da.

Conozco a muchos que dan más allá de su ofrenda o su “diezmo” —tan cuestionable en algunos casos, pues pocas veces se destina a viudas y huérfanos—, mientras otros convierten el diezmo en un juego de lotería espiritual: “doy para recibir”. Esa no fue la enseñanza de Cristo.

Que el Señor nos encuentre con las manos abiertas, no para recibir, sino para dar.

Extraño es el ser humano escribió alguien: «Nacer no pide, vivir no puede y morir no quiere»