Luis Andrés Marroquín. periodista.

Ronald estaba preocupado. Tenía que descargar 150 tablas roca, y mientras miraba el camión lleno, bajaba todos los santos del cielo para que alguien le echara una mano. Y al final, así fue.

Las tablas pesan, y a sus 53 años —con la espalda ya jodida—, pesan el doble.

En eso, de la nada, entró un joven chelito a la megaconstrucción que están levantando en Santa Elena, por la Embajada de EE. UU. Lo primero que preguntó fue si estaban contratando, que quién era el encargado. Ronald apenas pudo responder:

—No sé… preguntale al de camisa celeste, el que me atendió. Pero esperá que pase la hora del almuerzo, porque no creo que te vayan a atender ahorita.

Pero el chele no esperó nada. Se fue directo, mochila al hombro, con esa cara de los que van a tirar un penal y saben que lo van a meter. Caminaba con decisión, rápido, medio bravo.

Cuando Ronald volvió a verlo, el chele ya venía de regreso, hablando por celular:

—Hola, amor…

La cara seria se le había cambiado por una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Y cómo te fue? —le preguntó Ronald, desde la cabina del camión.

—Mañana comienzo.

—¿Y cuánto te van a pagar?

—Doscientos catorce quedan al quince.

La Biblia dice: “El alma del perezoso desea, y nada alcanza; más el alma de los diligentes será prosperada.”

Buscar trabajo con constancia y persistencia es una forma de diligencia. Hacerlo con fe también. Dios honra el esfuerzo, y dirige los pasos de quienes confían en Él.

Antes de perderlo de vista, Ronald alcanzó a ver al chele tomando una foto a la construcción desde la pasarela. Su nueva cancha, donde está listo para meter goles de todos los estilos y colores.